Descripción de la Imagen

Características de la bendita Imagen

Una bella escultura de 42 cm de pies a cabeza, nuestra imagen es una talla de madera, muy a la usanza de la época, fabricada para el culto doméstico, pero de un esplendor particular que la hace distinta a sus pares.

Su rostro de un moreno aceitunado no tiene características raciales definidas ( india, española, mestiza o negra), de mirada serena, frente amplia y pura, casi adolescente y sonrisa misteriosa, cabellos largos y castaños, ojos grandes contemplativos, pómulos altos y rubor en las mejillas.
Sus manos grandes, juntas en el pecho levemente inclinada a la derecha, no pega sus palmas, dejando un cuenco como si portara algo entre ellas.
El maniquí del cuerpo, someramente tallado en breve cintura, desciende recto y se incrusta en la triple peana de madera escalonada.
El vestido de canesú rosa claro con puntilla en el cuello se continúa en la falda de color natural y profundos pliegues con profusión de barras finas y doradas en sentido horizontal que le dan brillo al color, bordado con pequeñas flores de lis rojo, intercaladas con sutiles diseños de flores de seis puntos azules.
Entre la camisa y la falda un cinto azul profundo con líneas doradas al tono de los puños en posición alta de embarazada.
El manto de tela engomada y rígido como la falta es de un azul oscuro intenso, constelado de estrellas doradas en distribución romboidal, se desprende de la cabeza a los pies por detrás en profundos pliegues y borde en cinta dorada. De frente se advierte el forro rojo indio con bastones pequeños dorados entrecruzados.

Los pliegues delanteros, más amplios por rara coincidencia tienen el formato de las montañas del Valle, según el escudo del fundador Don Fernando de Mendoza y Mate de Luna: doble el derecho, que representa el Ambato y simple el izquierdo representando le Ancasti. Dejando el vestido como surcos labriegos del Valle, que derramado sobre la luna, cuyos cuernos aparecen pequeños y plateados, completan con la inscripción de la peana la Imagen de la Pura y Limpia Concepción.
Esta joya del arte fue revestida por un vestido blanco (natural) como capucha que solo deja asomar las manos y el rostro, y una capa celeste, luego sustituida por un manto, para sostener la corona.
La imagen fue suplementada con discos de algarrobo, en principio dorados, hasta alcanzar el metro; una gran luna de plata en el altar o de oro en el trono festivo. Desde 1891 lleva en su cabeza de modo estable la corona.
La imagen tiene claras reminiscencias guadalupanas, y es un ícono de fascinante atracción con silenciosa sencillez.
Aquellos indios cristianizados que la veneraban con sus gestos culturales en la Gruta de Choya, habrían encontrado en Ella el mismo atractivo que los españoles y el resto de vecinos y visitantes, afincados y peregrinos como hasta el día de hoy. – Pbro. Mario Gustavo Molas

Fuente: Libro María, 400 años de amor


La mujer vestida de estrellas

Como ya se insinuó entre el acontecimiento mariano de Nuestra Señora del Valle de Catamarca y su predecesor histórico de Nuestra Señora de Guadalupe de México, existe un notable paralelo.

Allá la imagen es la Inmaculada Concepción (por la luna) y la Concepción Virginal (cinto alto).

La Virgen del Valle está inspirada en aquella por la postura y el vestido. Curiosamente la “Vestida de Sol y coronada de estrella” (cfr. Ap 12) se presenta como vestida de estrellas y coronada de sol (radiadura solar) manos orantes y mirada recatada.
En cuanto a la manifestación ambas lo hacen primero a los naturales (Juan diego y la comunidad indígena de Choya) y luego al español (Zumárraga y Salazar).
María, cuya misión providencial es unir en sí al hombre con Dios, en la encarnación del Verbo reconcilia a los hermanos enfrentados del Cuerpo Místico.
En cuanto a la historia, tanto desde el Tepeyac como en el Ambato (manifestación en la montaña), María es la fundadora y modeladora de esta cultura mestiza, auténtica evangelización de maternidad. Olvidarse de ello es volver al enfrentamiento.
Entre los años 1531-1615 cien años y la misma labor. Ante la presión del conquistador y la respuesta belicosa del nativo, el azteca o el calchaquí, la Madre con prodigios, inclina la balanza a favor del que fuera más débil, según cada ocasión, con el resultado que no hubo “raza vencedora ni vencida”. No prevaleció ninguno de los ya decadentes imperios: español, azteca o inca, sino la lenta formación de Latinoamérica, en la que hoy estamos: la América Mestiza.

María es la memoria de nuestro pueblo, junto con las Reales Cédulas de Sevilla y las Actas Capitulares, su imagen de incierta factura es lo único que materialmente existe desde la fundación de esta Catamarca y lo que espiritualmente hilvanará a las generaciones de la ciudad y del NOA. Su presencia no es accidental ni secundaria sino medular y definitoria.
En aquel entonces pacificó a las razas en oposición, más tarde las formaciones políticas y partidarias desde el lento paso del Cabildo a la Democracia, de los imperialismos a la independencia, de la errabunda situación de la ciudad a su asentamiento definitivo. María determinó su lugar y protagonizó de manera capital su historia. – Pbro. Mario Gustavo Molas

Fuente: Libro María, 400 años de amor


Imagen vestida según la usanza española

Al describir la sagrada e histórica Imagen de Nuestra Madre del Valle, por estar lo escrito sobriamente expresado, y por reflejar en su síntesis una precisión inobjetable, se transcriben, en su totalidad los detalles que respecto a la misma publicación dos historiadores de la Virgen María, bajo su advocación de la Virgen del Valle.

«La muy venerable estatuita de Nuestra Señora del Valle representa a la Virgen Santísima en el misterio de su Concepción Inmaculada; de pie, la media luna bajo sus plantas, las manos juntas ante el pecho, mirando al cielo sonriente.

Imagen vestida según la usanza españolaEn conformidad con la antigua, costumbre española, la imagen fue vestida desde los principios y vestida ha quedado siempre. En la actualidad, encerrada en una vitrina o urna, como se dice comúnmente, está envuelta en amplios y lujosos paramentos. Para las grandes festividades de abril y diciembre, los que lleva de ordinario, se reemplazan por otros más ricos aún y se los cubre con resplandecientes pedrerías de su tesoro, ofrecidas a la Reina del Valle por sus peregrinos.

Las vestiduras constan de túnica blanca y largo velo azul. No dejan visible más que el óvalo del rostro y las manos que sobresalen de una hendidura de la túnica y ocultan un conjunto formado por tres piezas distintas: Un pedestal de 24 centímetros de alto; unapeana de 10 centímetros y la Imagen propiamente dicha, que mide 42 centímetros desde la cabeza hasta los pies. La altura total es así de 76 centímetros, y el peso de cinco kilos doscientos ochenta gramos incluido el pedestal. Este es de algarrobo negro torneado y dorado y fue hecho por 1870 en sustitución de otro ya envejecido. Sobre él está atornillada la peana.

Constitúyenla tres cuadritos o tarimitas cuyos lados miden 21, 19 y 15 centímetros respectivamente, superpuestas a modo de escalera. Las tres están doradas; las dos inferiores son de cedro americano, que no es el mismo que el del antiguo continente; la de arriba es de un cuerpo más blando pero sin duda también de madera. Delante de la Virgen se lee esta inscripción en hermosas capitales que se forman rayando la doradura para sacarle mayor brillo: Nuestra Señora de la Limpia Concepción.

La imagen está pegada sobre una tarimita superior con un engrudo (oportunamente fue

Imagen de la Madre tal como fuera encontrada
mejor asegurada). Como es comprensible no sería posible cerciorarse directamente y por completo de su composición sin deteriorarla, y huelga añadir que nadie pensó en ello. Pero de lo que queda a la vista se infiere fácilmente que es una de las muchas imágenes que se llaman de encarnes.

Estas estatuitas abundan en las iglesias y casas particulares de las provincias del interior.

(Es muy generalizado el conocimiento de cómo se hacen esta clase de imágenes llamadas de encarne, por lo que sería obvio describir su hechura. Pero sí conviene consignar, una vez más, que la Imagen de Nuestra Señora del Valle es de las llamadas de encarne, y no de mármol, como se ha publicado en varias oportunidades).

Una pequeña púa de que estaban provistas las antiguas coronas de la Virgen para asegurarlas mejor, y el alfiler de oro de la actual, han producido encima de la cabeza un ligero arañazo. Distínguese por allí –desde luego- una pequeña capa blanquecina de unos milímetros de espesor, y debajo un tejido hecho de fibras; cabalmente un eminente botanista que pudo examinarlas me asegura que estas fibras son dechaguar. El mismo tejido se distingue igualmente en el fondo de los pliegues del vestido que la pasta o encarne no llegaron a cubrir. Es de notar también que después de penetrar sin dificultad como dos centímetros en el interior del alfiler de la corona, se detiene ante un cuerpo más resistente. Queda ya dicho que la Imagen de Nuestra Señora del Valle está vestida. Pero salió de las manos de su desconocido artífice completa ya, formando una sola pieza pronta para ser colocada en alguna modesta capilla o sobre el altarcito familiar de alguna casa.

Su traje modelado en relieve y pintado, comprende manto, peto, cinturón azul y vestido. Todo está pintado al estofado; es decir, dorado primeramente por debajo y pintado luego de varios colores por encima; pero aquí y allá se ha raído la pintura superior para formar con el dorado de fondo dibujos de adornos. El manto rojo con puntitos de oro por dentro es exteriormente azul, sembrado de estrellitas, siempre de oro y realizado con un galón de lo mismo; cae por detrás hasta el suelo; dejando despejada la frente envuelve la cabeza, y los cabellos de color castaño claro se perciben sólo en ambos lados del cuello y un poco sobre los hombros. El peto es colorado; lleva en el cuello una puntilla blanca pintada. Cíñele un cinturón azul listado verticalmente de oro y florcitas rojas, cae hasta el suelo y oculta completamente los pies. Por los lados, y no por delante, sobresalen los dos cuernos de la media luna.

Imagen de la Madre tal como fuera encontradaLas manos no están propiamente juntas, palma contra palma, sino unidas por sus bordes; forman así una concavidad poco graciosa y que hace parecer demasiado macizas, pero los dedos están bien modelados. El rostro es demasiado anguloso, sin nada de aquellos contornos suavemente redondeados que se encuentran en las obras de los maestros. Las mejillas están ligeramente sonrojadas y de cerca la tez parece mucho menos morena que a la distancia. Sin embargo no deja de ser verdaderamente la MORENITA como el pueblo, con su tierna y respetuosa familiaridad, gusta llamar a la Virgen del Valle”.

Así describe la Imagen de Nuestra Madre del Valle, el erudito historiador, quizás de un modo un tanto frío, pero precisa y escuetamente, de acuerdo a su característico y exacto lenguaje.

Pero sin conocer el material del que está compuesta, sin saber por qué, el visitante que llega hasta su urna se siente cohibido, anonadado. La contempla, vestida con magnífico ropajes. Una rica túnica blanca habla en Ella de las celestiales esperanzas de las almas que la aman, el bello manto azul recamado de oro y piedras preciosas dice del amor y gratitud de todos sus hijos.

Allí en su Presencia bendecida, brillan joyas de crecido valor, dejadas por personajes ilustres de la patria y del extranjero. Se la ve, sólo descubierto su rostro y con las manitas juntas, y es para nosotros Nuestra Madre bien amada.

En la Reseña Histórica citada se escribe: “Baja de la Imagen una luz que conmueve el espíritu. ¿Qué es? La expresión de sus ojos y de su rostro en general profundamente humano como si la Virgen hubiera querido infundir confianza a su pueblo. Sobre su morena tez, morena con levedad, con parca discreción, sobrenada sin embargo el aletazo formidable de la vida. Es bella. Sus ojos grandes y rasgados miran el infinito en la vaga ensoñación del más allá. Parece ver sobre el contorno lo que está fuera del campo visual del espectador. Mira al cielo sin salir de la tierra y esa visión ultraterrena es la que alumbra el conjunto con la luz de una presencia superior. Entonces, cuando se la advierte, parece que sus rasgos se ablandasen, se distendiesen del gesto austero y sonríe. Sí, sonríe. El severo rostro regala generoso la bondad acogedora y maternal de la Madre de Dios. He ahí el contraste inexplicable que la hace majestuosamente bella, no con la única belleza del rasgo, ni siquiera con la espiritual de una Mona Lisa, sino con la belleza pura que ha de tener un alma sin materia. Nada habla a ésta en su presencia. Hasta el rostro muy amado de la mujer que nos dio el ser, atrae no sólo espiritualmente, sino también materialmente, en lo que la materia, tan vilipendiada, tiene sin embargo de noble y santo. Mas ninguna fibra material se estremece ante Dios y eso es precisamente lo que resalta ante esta Virgen: la materia mira suspensa el más allá, como si un pequeño atisbo se hubiera abierto en el velo de la vida. Por eso esta imagen no es “Virgencita” sino en lo que la expresión tiene de amoroso, ni “Madrecita”, sino en lo que tiene de filial. Es la VIRGEN, no obstante su proporción reducida. Es la Virgen grande y gigantesca alzándose sobre el Valle y protegiéndolo. Hemos dicho que es autóctona.

Americana en su belleza.

¿La hizo un español?

¿La hizo un indio?

¡Qué sabemos!

Para nosotros la hizo la sabiduría de Dios.

Él la envió al Valle con un superior designio. Por ello apareció aquí entre los indios humildes, para hacer cátedra de humildad; entre los indios mansos, para hacerle de mansedumbre; entre los indios dolientes, para hacerla de sufrimiento y martirio; entre los indios ingenuos, para hacerla de llaneza y simplicidad”.

Fuente: Libro “Historia Popular de la Virgen del Valle” del Presbítero Alberto S. Miranda.